El Tomate de Miranda: la joya roja que enamora a quien cruza el Ebro
Pasa, siéntate a la mesa. En La Vasca nos gusta comenzar el verano con un ritual sencillo y feliz: cortar un tomate de Miranda, de los auténticos, y dejar que su perfume a huerta fresca llene la sala. Es un gesto humilde, pero detrás hay una historia de tres generaciones, un territorio que lo arropa como a un hijo y una forma de cultivar que apuesta por el sabor por encima de todo. Si no eres de Miranda y aún no lo has probado, te invitamos a descubrir por qué este tomate es, para nosotros, un pequeño milagro.
Qué lo hace único
- Es grande y señorial, con la parte superior ligeramente plana y la inferior cuarteada, como si la naturaleza hubiese dibujado en él sus propias líneas de vida.
- Su piel es finísima, casi imperceptible; cede al primer toque del cuchillo para revelar una carne prieta, muy carnosa, sin “ojos” y bien rellena.
- Madura en la planta, sin prisas, con el agua justa. Aquí no hay invernaderos: jamás. El sol, el viento y el tiempo son sus aliados.
- Llega cuando debe: se hace esperar hasta finales de julio, pero puede acompañarnos hasta octubre, cuando otros ya se han despedido del verano.
Un sabor con ciencia y conciencia
En Miranda siempre lo hemos dicho de corazón: nuestro tomate está entre los mejores del país. Y la ciencia vino a darnos la razón. Un estudio del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (Itacyl) confirmó que el tomate mirandés ofrece alrededor de un 30% más de sabor que la media de los que encuentras en un supermercado, además de destacar en apariencia y carnosidad. No tiene (de momento) denominación de origen, pero eso no le quita ni un ápice de grandeza: las etiquetas dan confianza; el sabor, aquí, la conquista.
Un origen tejido con la vida de la ciudad
La historia del tomate en Miranda late al ritmo de su desarrollo industrial. Las grandes fábricas —la azucarera, la papelera, el ferrocarril— trajeron barrios con casa y parcela, y con ellos una cultura de huerta que prendió en el día a día. Aquellas huertas prolongaron las de la Parte Vieja y sembraron una tradición hortícola que hoy heredamos con orgullo. Tres generaciones han mimado semillas, tierras y saberes hasta fijar una genética singular. Por eso, cuando cortas un tomate mirandés y ves su carne apretada y jugosa, estás viendo historia viva.
Un territorio que lo arropa
Miranda es ribera —la del Ebro— y es abrigo —el de los Montes Obarenes—. Ese encuentro crea un microclima privilegiado para el tomate. La confluencia del Ebro con el Zadorra, el Bayas y el Oroncillo, la calidad del agua y la nobleza de la tierra hacen el resto. De ahí nacen sus aromas limpios, su dulzor equilibrado y esa acidez alegre que invita al siguiente bocado. Es el sabor del paisaje, concentrado.
Cultivo tradicional: el tiempo como ingrediente
Nuestros hortelanos rehúyen los atajos. La planta crece a cielo abierto, con la atención paciente de quien sabe leer el cielo y la tierra. Se recolecta en su punto exacto de maduración, cuando el tomate huele a tomate y sabe a verano. Los métodos industriales que aceleran ciclos y endurecen pieles no tienen sitio aquí. Porque si algo hemos aprendido es que el tiempo, bien entendido, es el mejor de los aderezos.
Temporalidad: el lujo de lo efímero
El tomate de Miranda nos visita dos o tres meses al año. Y precisamente por eso es tan especial. Es un lujo breve, un encuentro marcado por la estacionalidad que nos recuerda que la buena mesa también es esperar. Fuera de temporada, para disfrutarlo haría falta elaboración y conserva; no es lo mismo. Por eso, cuando llega, lo celebramos.
Cómo lo servimos en La Vasca
En nuestra casa, el tomate es tradición. Lleva más de tres décadas en la carta y, te lo confesamos, es uno de los platos que más piden quienes nos visitan desde fuera. Cada semana compramos cerca de 20 kilos a cuatro o cinco hortelanos locales de total confianza. Nos gusta que viaje casi directo de la tierra a tu mesa.
Lo presentamos como lo merece: en un entrante generoso, para compartir. Lo cortamos con mimo, le ponemos un poco de sal, un buen aceite de oliva virgen extra y, en ocasiones, un toque sutil de ajo y perejil. Nada más. Cuando un producto es tan bueno, lo mejor que podemos hacer es apartarnos y dejar que hable. Los clientes nos dejan el plato limpio, se nota que lo dejan inmaculado untado con pan.
Un bocado que trae gente y crea recuerdos
En La Vasca vemos a menudo la misma escena: una mesa de amigos, un primer silencio después del primer bocado y, luego, sonrisas. Las críticas son siempre cariñosas; el tomate gusta, emociona, se queda en la memoria. Y eso, para un restaurante que ama la tradición, no tiene precio.
Si eres de fuera, esta es tu invitación
Ven a Miranda cuando el sol está alto y los días se alargan. Pasea la ribera, siente el aire de los Obarenes y deja que nosotros hagamos el resto. Siéntate a nuestra mesa y empieza por el tomate. Entenderás, bocado a bocado, por qué aquí lo llamamos “la joya de la huerta”. Y cuando te vayas, quizá te lleves algo más que un recuerdo: la certeza de que, a veces, la felicidad cabe en un plato sencillo.
Te esperamos en temporada, con el mantel listo y el tomate en su punto. Porque en La Vasca, compartir lo mejor de nuestra tierra es la manera más sincera que tenemos de decirte: bienvenido a casa.
